miércoles, 1 de mayo de 2013

Semana Santa en Avila La Jerusalen Castellana

Semana Santa en Avila
La Jerusalen Castellana
Por Carlos R. Oroño, corresponsal en España
Un grupo de periodistas - corresponsales de diversas partes el mundo,- fueron invitados a participar en la Semana Santa de la ciudad castellana durante los tres primeros días de conmemoraciones. La ciudad amurallada de Avila fue declarada en 1985 por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad, un reconocimiento que comparte con otras ciudades españolas como la isla de Ibiza en Baleares. En 2005 fue integrada en la Red de Juderías Españolas y en la actualidad pretende que la Semana Santa sea declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.

Situada a más de mil metros de altura, con un recinto amurallado que recorre 2516 metros de perímetro, con un grosor medio de 3 metros y 12 de altura, más 88 torreones, según dicen los historiadores, se inició a finales del siglo XI, la época del Cid.

Este es un marco histórico que parece abrazar la ciudad, plena de encantos físicos, antigüedad sonora que se nutre de tesoros artísticos, de palacios vetustos bien conservados, de museos que conservan un acerbo cultural envejecido pero testimonial de épocas pretéritas, de una historia que se vive en cada rincón de la ciudad.

A nivel personal me ocurrió algo curioso. Nuestro magnífico guía, Jesús Sánchez, señalaba una ventanuca de un viejo palacio medieval donde había ocurrido una bella historia de amor de una cortesana y un caballero. La negativa del padre a la boda hizo que a la postre se ejecutara al enamorado (“muerto el perro, se acabó la rabia”) y se arrastrara su cabeza cortada frente a la ventana de la morada. La impresión que recibí fue tan fuerte que veía la cabeza ensangrentada, rodando por las piedras. El olor de Avila huele a historia, una historia hecha de esencias, de perfumes, de rivalidades, de duelos a la luz de la luna, de un brillo físico que se desprende de sus piedras, de sus monumentos, de la cáscara milenaria que ha impedido corroer los cimientos de la historia.

Esta Jerusalén castellana, hecha de diversidad de razas y costumbres, de un movimiento físico de personas que transitan sus empinadas cuestas, tiene el bullicio y la estampa de antiguas civilizaciones y un correlato elocuente de cómo la historia se repite.

Por esos la Semana Santa, a pesar de la lluvia y el frío, encadenó secuencias memorables que vistieron de gala la rica y colorida estampa de las procesiones y sus imágenes.

Una noche aciaga presenciamos una procesión que discurría por una estrecha calle. Había un silenció mortal y recordamos las palabras del alcalde de la ciudad, (Hay que mirar el silencio) y de repente una voz quebrada comenzó a entonar una saeta. De estos detalles, de la liturgia, de la vestimenta fúnebre de los capuchones, de la oración, de los pies en el suelo arrastrando frías cadenas, del canto del Miserere en perfecto latín, de la emoción hecha lágrimas de los asistentes, se asienta una tradición milenaria que nace en el camino del Gólgota y llega pujante hasta nuestros días.

Esta es la gran emoción que se palpa en Avila de la Semana Santa, la sensiblidad a flor de piel que se cuela por todos los resquicios, la inmensa Catedral edificada con diversas piedras calcáreas y que es un ejemplo soberbio del arte gótico y románico.

Que más puedo decir, hablar de Teresa de Avila o de San Juan de la Cruz? Quisiera que estos apuntes tomados al socaire de mi tránsito por una ciudad santa, mis palabras, mis vivencias trasunten todo el fervor contenido y la belleza de un entorno privilegiado. Si por mi fuera le daría todo el conocimiento terrenal necesario para que los mortales disfruten plenamente, como
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